San Mateo 19:8
Jun 14,2012 6:27
Posted By Kathi Macias
! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!
(San Mateo 21:9)
Que gloriosa entrada debe de haber sido para Jesús cuando llegó a Jerusalén, con la gente agrupándose alrededor de Él, tirando sus capas al suelo y ¡saludándolo como realeza! Pero Jesús conocía sus corazones – y Él sabía que en solamente días, muchos en la misma multitud pedirían su sangre.
¿Hemos cambiado nosotros? En realidad, no mucho. Por la mayor parte, somos volubles, frágiles, manojo finito, cuyas emociones suben y bajan como una montana rusa de circunstancias y agendas personales. Jesús, aunque una multitud lo saludó como a un Rey conquistador, fue depuesto del trono de sus corazones en el momento que Él no cumplió con las agendas o los remedios de las circunstancias.
Lo más importante que debemos de ver aquí no es lo voluble de los seguidores de Cristo y la fidelidad de Sus últimos días. Jesús estaba enfocado; Él sabía por que había venido y nunca se apartó de Su mensaje o de Su misión. Estaba muy enterado de que Sus días aquí en la tierra estaban numerados y que terminarían en una pena y agonía inimaginables. Pero eso no hizo que Él se detuviera. Él continuó enfrentando al pecado y llamando a los pecadores al arrepentimiento y al perdón, aún cuando Él se preparaba a ofrecer el Sacrificio que haría ese perdón fluir.
¿Cómo nos diferenciamos nosotros? Una película actual titulada “La Lista del Cubo” pinta claramente que “todo se trata de mí” el corazón humano que egoístamente proclama, “¡Si tengo el tiempo limitado aquí en la tierra, entonces lo usaré todo en mi!” Eso es todo lo contrario de lo que nuestro amado Salvador hizo, mientras Él empleó hasta el último momento voluntariamente y derramó cada gota de sangre para abrirnos la puerta del cielo a nosotros.
Mientras nos preparamos a entrar la celebración de “la semana santa” precediendo ese gran Día de Resurrección, que Dios por medio de Su Espíritu instile en nosotros ese impulso desinteresado de pasar nuestros últimos momentos aquí en la tierra – cuantos momentos sean – en servicio a Dios y hacia los demás. Porque la más gran bienvenida de todos los tiempos nos espera a la vuelta de la esquina: “Bien hecho, mi buen y fiel siervo.” Y talvez hasta podamos oír a esa nube de testigos gritando cuando entremos, “¡Bendito es aquel/aquella que viene en el nombre del Señor!”